Una relación de pareja siempre implica a dos personas. Por tanto, cuando se establece dificultades en este sistema de dos, en ocasiones “la culpa y/o víctima” de una situación recae más en una sola persona. Realmente y planteándolo de forma objetiva, en la mayoría de las veces las responsabilidades y roles de cada uno se encuentran mucho más repartidos de forma equilibrada. Así pues, no se trata tanto de hablar de “culpa” sino de responsabilidades dentro de un sistema. Patrones interaccionales y roles concretos que se van instaurando como hábitos disfuncionales, y/o de fomento del equilibrio entre las dos personas.
Cuando estos roles se encuentran configurados de una forma equitativa y equilibrada entre los dos miembros (en sus varios ámbitos), la pareja como tal se crece, se ayuda, se retroalimenta de forma homeostática, se intercambia las funciones de manera más igualitaria y con respeto mutuo. En consecuencia, esta mayor calidad en el sistema interactivo de pareja favorece también una mayor salud mental individual, y viceversa.
Si por el contrario, se fomenta una desigualdad, desconfianza, desequilibrio y hasta una falta de respeto mutuo (de forma duradera y patológica), probablemente nos encontramos en una relación de pareja disfuncional, que ha perdido “su brújula” y sus propios recursos para poder restablecer una autorregulación y equilibrio. Y es en ese punto dónde se necesita a un terapeuta, que desde fuera pueda ayudar a reestructurar de manera más adaptativa esta relación de pareja.
Por tanto, mi función como terapeuta de pareja (y también sexual, si fuera el caso), es de ayudar a que los dos miembros puedan encontrar un equilibrio sano, de crecimiento y confianza mutua, si cabe ayudando a cicatrizar heridas, y que a posteriori facilite una complementación mutua e intercambio constante de las aportaciones positivas de uno con el otro.
Puede suceder en ocasiones, que uno de los dos no se encuentra bien mentalmente (por los motivos que sean), y puede transmitir a su pareja esos problemas (que a la vez ésta puede retornarlos en negativo), retroalimentando una disfunción en el sistema de pareja. Si es el caso, yo aconsejo primero ayudar psicológicamente a esa persona que se encuentra en aquel momento más vulnerable, y cuando ésta se encuentra mejor poder iniciar una terapia de pareja.
¿Cuándo se debe acudir a terapia de pareja?
Para empezar de forma adecuada una terapia de pareja, es importante que los dos se encuentren bien mental y físicamente, funcionando en su día a día de forma bastante adaptativa y positiva. Si una de las dos personas manifiesta problemas consigo misma y/o a su pareja, es aconsejable primero resolver el problema personal, para luego iniciar una terapia de pareja con mayor probabilidad de éxito en los resultados terapéuticos. Por supuesto es fundamental, que los dos tienen que estar motivados y predispuestos a realizar esta terapia, ya que si no se establece un compromiso previo y sincero por las dos partes disminuye de forma destacada la efectividad y eficacia terapéutica.
A partir de aquí ya es el terapeuta que tiene que ayudar a enfatizar los aspectos comunes y positivos de la relación (los elementos que los une: amor, aficiones, principios, factores externos,…) así como también los recursos positivos individuales, que en su conjunto facilitan la potenciación del equilibrio vital en la relación de pareja.
En ese sentido, se plantea en las primeras sesiones objetivos puntuales en la relación que han de mejorar, y que son expuestos por parte de los dos. Acordando primero los prioritarios que puedan interferir en la vida diaria. A partir de aquí se planifica unos ejercicios sistémicos que ayuden a resolver estos problemas. En general si los dos quieren seguir la relación, suele ser bastante positivo de entrada exponer encima de la mesa esas dificultades. Desde mi punto de vista, el terapeuta tiene que favorecer propuestas resolutivas para el cambio de estas rutinas disfuncionales a otras más positivas y adaptativas.
Posteriormente, cuando la pareja ya va iniciando por sí misma iniciativas más sanas en su relación interactiva, el terapeuta tiene que cambiar su rol directivo por otro de mayor distancia y perspectiva. Desde esa nueva posición puede ser mucho más fácil contemplar el nuevo funcionamiento de la pareja, aportando feedbacks más puntuales y ajustados a la nueva fase terapéutica que se encuentra.